lunes, 28 de junio de 2010

DE 40 A 103 EN UN ALMUERZO: EL EMPADRONIUM

Decidir dejar Madrid fue fácil, decidir destino genérico también (la playa, la playa, la playa...), acabar haciendo escala en Castilla La Vieja y en este pueblo concreto fue gracias a un gintonic playero en compañía de nuestro amigo el Oenegé, a la inoperancia de nuestros organismo oficiales (léase Diputación Provincial y Justa de Castilla) y a la constancia, entusiasmo y espirituoso casero del Excmo. Sr. Alcalde de nuestro pueblo de 40 habitantes.

Nuestro amigo el Oenegé había pasado catorce años en latinoamérica ejerciendo como cooperante, pero tras tanta entrega decidió darse un respiro y regresar de reposo a las raíces castellanas. La verdad es que año tras año le enviábamos para allá después de pasar las navidades en familia, gordo y orondo con su metro ochenta y mucho y sus ciento y algo de peso; y año tras año nos lo devolvían en las vísperas, flaquito flaquito, y recuperándose de alguna malura tropical, fuera Dengue o bursitis crónica (que no es una crisis del 29 como parece, sino un bulto inespecífico en la espalda que le hace sufrir mucho). Este año vino flaquito como nunca y engordó pero ya no mucho... y esta vez ya no se nos fue. En la playita con un gintonic en la mano y puñados de pipas en la boca, nos contaba el cansancio de esa militancia y el nuevo disfrute que suponía para él las excelencias del retiro en su tierra, de su cansancio laboral, de los pueblitos de piedra despoblados y pintorescos, de sus fiestas regionales, de su tranquilidad en la naturaleza tan sólo explotada gastronómicamente... de tantas y tantas posibilidades, del todo por hacer en un territorio dejado de las manos de los organismos oficiales... y el Inti, él y yo empezamos a visualizarnos cual colonos a la conquista de California, militantes de mil causas perdidas.

Con eso ya quedó claro que íbamos a hacer una escala en nuestra escapada a la playa alojándonos en su mismito paraíso. De vuelta a Madrid y puestos al asunto teléfono en mano, comenzamos por llamar a la Justa para informarnos de las políticas de repoblación de nuestro gobierno regional, transferido, que aquí al habla están dos repobladores con infante incluído (en estos pueblos, los niños cotizan y mucho y las niñas un poquito más, porque aquí el género femenino se presupone como el valor en la mili. Un ejemplo: el programa de Antena Tres “Esta Casa es una Ruina” se basa en el noble fin de sacar a una familia del arroyo y facilitarla una casa de ensueño. En una de las emisiones, de entre tropecientos mil candidatos seleccionaron a tres finalistas para desplazarse a un pueblo vecino a Cicely, donde el alcalde (cuya mujer es tutora actual de mi retoño) brindaba un cuchitril histórico que el programa reconvirtió en palacio y tienda de comestibles, para que la familia se instalara y subsistiera. El pueblo en pleno debía seleccionar a la nueva familia vecina de entre estas tres. Dos de los casos eran de un dramatismo que ni Dickens hubiera imaginado, todos con historias de desahucios, de paros de larga duración, de exclusiones sociales y dos o tres niños implicados. La tercera familia tenía una situación acomodada, una casita en Getafe, los progenitores asalariados, y la madre en concreto por el estado, que es funcionaria. Pero tienen 7 niñas y todas en edad escolar. Las 7 niñas y sus dos padres son ahora vecinos por unanimidad del pueblo. Y es que con semejante descendencia, en un pueblo como este resultaban imbatibles. Yo cada vez que me cruzo con ellos, aun paso un poco de miedo, también por si lo suyo se pega).

Bueno, pues la Justa nos dijo “que quééééé” y nos remitió a la Diputación que nos dijo que “¿política de qué?, no por ese nombre no nos figura nadie”y nos aconsejaron seguir llamando pero pueblito por pueblito, a ver si en alguno necesitaban gente. Aquello era como Gila llamando a la guerra (“hola, ¿es ahí la guerra?”) pero con el agravante de que la guerra no cierra y los ayuntamientos no abren salvo cuando va el secretario cinco breves minutos un día o dos por semana (dependiendo del estatus). Pues, oye, que aun así, conseguí hablar con muchos pueblos.

Hasta que un día nos llamó nuestro Excmo. diciendo que se había enterado de que buscábamos pueblo, y que para pueblo pueblo el suyo. Por aquel entonces llevábamos fines y fines de semana viajando a la provincia, alojándonos en casa de la abuela del Oenegé o de Águila Verde (amigo pionero que años a ya se había trasladado de Madrid a un pueblo vecino a éste nuestro y que es concejal, pero sin más medios institucionales que un bote de spray verde con el que va reivindicando sus poderes, un método de lo más eficaz porque ya no queda vecino que quiera enfrentarse al bochorno de ver su fachada como lienzo de sus expeditivos mensajes). Habíamos visitado infinidad de pueblos posibles, donde habíamos iniciado gestiones (que en estos pueblos van muy, muy, muy despaciiiiito), habíamos visualizado nuestra vida en tantos y tantos idílicos lugares de estos parajes... que cuando llegamos a Cicely invitados por el Excmo, la verdad y entre nosotros, es que nos pareció tirando a muy feucho, y arquitecturalmente único en una zona uniforme con sus casitas de piedra en las laderas (con la ilusión que a mi me hacía...), todos los pueblitos maravillosos y pintorescos cual belén. El nuestro es el único que no solo no lo parece sino que además es original y mucho, que hasta disponemos de una casa con su fachada solariega alicata de azulejos verde aula colegio público y/u hospital del INSALUD. La que nos ofreció el Excmo, recién construída por la Justa de Castilla, parecía un adosado recogido por una grúa directamente del Sector Tres de Getafe y dejado caer en medio de la nada del páramo en el que se ubica nuestro pueblo.

La verdad es que regresamos a Madrid de aquella visita un poco desanimados por el lugar, impactados con la berborrea, decisión y ánimo del Excmo. en su lucha solitaria por el desarrollo de Cicely, pero decididos a seguir buscando. Sin embargo, nuestro Excmo, cual rottweiler agarrado a su presa no cejó en su empeño de añadir tres empadronados más a su censo ¡y uno de ellos niña!. Era tanto su entusiasmo, eran tantos sus mil planes, era tanto tanto, y tanta nuestra deseperación llamando de pueblo en pueblo, que poco a poco, fuimos visualizando las posibilidades maravillosas de un pueblo con semejante tirón y arranque. Vamos que al final dijimos que sí, porque ni el Inti ni yo tuvimos las narices necesarias para decir que no al Excmo.

Nosotros, ya instalados, hicimos los números 38, 39 y 40 como empadronados, lo cual era de por sí una fuente de envidias para nuestras localidades vecinas, con medias de crecimiento de menos cinco anuales. Pero entonces nos llegó de nuevo el Excmo diciendo: necesitamos llegar a 100 empadronados para por fin dejar de ser Concejo Abierto y pasar a ser Ayuntamiento. Esto tiene mucho meollo, porque en el Concejo Abierto se juntan todos los vecinos a opinar y tomar decisiones en pleno, lo cual suena idílico y muy democrático, pero llevado a la práctica supone que el alcalde discute con todos, los plenos son eternos, no se decide nada y no se aprueba nada. El Excmo. único representante oficial del concejo, se convierte en el concejal de festejos (y operario de lucecitas), de urbanismo (y operario de albañilería), el de limpieza (y operario de limpieza) y finalmente en divorciado. Siendo ayuntamiento se tiene derecho a cinco concejales-operarios-divorciables y por lo menos la probabilidad disminuye. Dicho y hecho (frase mítica del Excmo) nos pusimos a la tarea. Nuestros amigos madrileños, inconscientes como nosotros se empadronaron en masa en nuestra casa que tiene una densidad de dos habitantes por m2, y los que no cabían en la nuestra ni eran conocidos nuestros, en la casa de los padres del Excmo. Todo en el tiempo record de una semana. Hasta que en vísperas de cumplir nos enteramos de que no eran 100 sino 103 los necesarios.

Era imprescindible una solución desesperada, un golpe de efecto que nos permitiera dar la vuelta al Catastro.

Domingo por la mañana, la casa concurrida, Olgui e Isi, de visita, Isi urbanita hasta la médula, azafata cosmopolita París-London-New York, que en una ocasión vió una balleta pero fue en una foto, decide coger la de mi casa y liarse a limpiarla y dejarla como un San Luís en atención a mi, la anfitriona (y sospecho que también para no coger una infección, que ella es muchísimo más pulida que yo), mientras yo la insto a que ni lo intente, que no vale la pena, que hay barro en la calle... se abre la puerta, aparecen los hombres que vienen del campo: el Inti, el Excmo, su primo, el Oenegé, su primo, y el cabrero, éste sin primo, todos con sus botazas de barro, todos con hambre y sed cual vikingos. Saco pan, saco choricillo, saco queso, saca Isi su pañuelo y llora amargamente (“¡para una vez que limpio!”), saca el Excmo su arma secreta: un bidón de 20 litros de un vino de su cosecha que él mismo elabora sin sulfatos ni sulfitos.

Vino pa'rriba, vino pa'bajo, lloro pa'rriba, lloro pa'bajo... y a la altura de la noche habíamos cerrado objetivo, con tres empadronados más en las calles que ellos eligieron, faltaría más, en adelante rebautizadas para posterior estupor general con los nombres de Calle Perdi, 2 (domicilio fiscal de Olgui), calle Cogi, 2 (domicilio fiscal del Oenegé), y calle Empana, 2 (domicilio penal del muy calavera del primo del Oenegé). Al vino también lo rebautizamos y desde entonces se llama Empadronium.

Eso sí, en Cicely viviendo seguimos siendo cuarenta (este año aun no se ha muerto nadie), y todas las multas de nuestros amigos ahora llegan a nuestran casa, salvo las del Oenegé que hace un mes escaso se nos ha vuelto para Latinoamérica.

jueves, 10 de junio de 2010

UNA VIEJA CONDUCTORA NÓVEL

Queridos amigos,

Los que no me conocéis no sabéis que antes yo tenía otra vida en otro lugar y en otro blog incluso (MEMORIAS DE UNA CONDUCTORA NÓVEL). Mis días discurrían entre las cuatro Ces que eran mi vida, Casa, Cole, Curro y Carrefour, y casi todo mi mundo estaba a la vista de mi ventana madrileña: la plazoleta con sus Blases, el kiosko del Tatchenko, mi coche Luisi y el coche Vernon del Inti, ese amigo muy, muy íntimo que con el paso de los años, fue aparcando cada vez más tiempo enfrente de mi puerta, hasta convertir su huequito de la acera en una plaza fija reservada. Y mi familia. Y mis amigos.

La vida discurría plácida entre sobresalto y sobresalto, todos los que me daba mi faceta de nueva conductora y mi recién estrenada inmersión en el tremendo mundo de la mécanica del automóvil con todas sus puñetitas. Me he quedado con ganas de escribir un post dedicado al Manual de Instrucciones del Coche, ese que carece del primer e imprescindible capítulo, “SEPA USTED IDENTIFICAR CUAL DE LOS VEINTICINCO MIL MODELOS DE ESTE VEHÍCULO ES EL SUYO” y cuya falta hace que ninguno de los demás sirvan para nada, ¿no os ha pasado a vosotros, propietarios de coches de veinticinco manos, que os halláis convencidos de que el fallo mecánico proviene del ABS y en el taller os descubren después que no, que es que justo tu modelo es una serie especial “Mundial Naranjito” y no lo traía de serie?. Yo comencé mis andaduras como conductora un poquito tarde, a mis “treinta y” ya cumpliditos.

Con el paso del tiempo, el estrés vital se fue asentando (especialmente el de los otros padres de los compañeros de colegio de mi hija, a los que dejé de doblarles los retrovisores y ellos de proteger con sus cuerpos a sus retoños cuando yo llegaba siempre justita de hora a la entrega de mi hija a ese pozo de sabiduría y descanso paterno que es el colegio, variando frecuentemente el modelo de vehículo usado-ya-casi-clásico que durante estos cinco años, han pasado por mis manos). No sé como, pero poco a poco mi vida se me fue haciendo pequeña conforme mi niña se hacía grande (nueve años son muchos cuando una la ha tenido con meses), y empecé a necesitar un cambio de sintonía porque todas las canciones de mi emisora se parecían demasiado las unas a las otras.

Y un final de vacaciones al borde de la playa, agarrada a mi colchoneta hinchable con los dientes, y con la cabeza escondida en el ala de mi pareo para no afrontar la realidad, lloriqueando al Inti, “no quiero volver a casa, no quiero volver a casa” mientras él paciente intentaba convencerme a manera de consuelo de que debía regresar a ejercer de madre responsable que trabaja su jornadita obrera para pagar la hipoteca y el super colegio privado de su hija... a la espera de los fines de semana y vacaciones que permitieran la evasión, mientras tintineaba entre sus dedillos la llave del coche, me llegó la inspiración y lo tuve claro. Levanteme yo de mi colchoneta de Nivea, aliseme con dignidad el pareo, y agarrando un puñadito de la arena de la playa, alcé mi mano al cielo y también los ojos, y declamé cual Scarlett O'Hara que a Lenin ponía por testigo, que allí mismo yo pegaba un Irmazo.

El Inti respiró tranquilo, al verme razonable (y sobre todo, camino del coche), y una semana después ya habíamos deshecho nuestras vidas, puesto en alquiler la casita con vistas a casi toda mi vida, y cargado nuestro Vernon con todos nuestros proyectos de este nuevo capítulo que espero poder seguir contándoos en este blog.

Debo decir que llegar hasta Cicely nos costó un poquito más de tiempo, pero eso lo tendré que dejar para otro día.

Bienvenidos todos, a esta, vuestra nueva casa.